Vivir en el permanente convencimiento de estar asentados en la mejor sociedad posible, en los mejores tiempos de la Historia, bajo el mejor sistema de convivencia, el mejor régimen de gobernabilidad para las naciones y bajo las mejores perspectivas constituye la gran falsa del mundo moderno.
Los argumentos que basan este pensamiento único en Occidente, entendiendo como tal en mundo global que comprende también en nuestros días al viejo Oriente, son extremadamente endebles. No obstante se mantiene que repasando la propia Historia esta falacia queda demostrada ya que en los textos de estos 6.000 años últimos y únicos en los que los acontecimientos de las gentes se han narrado, es decir, desde que tenemos conciencia histórica escrita, se vienen recogiendo acontecimientos, gestas, hazañas de unos y otros que implicaron siempre enfrentamientos, conquistas, dominios, batallas… Y muy pocas veces nos han llegado narraciones de la vida cotidiana en convivencia armónica o los momentos y situaciones de felicidad de pueblos y civilizaciones que nos antecedieron.
La Historia narrada me suele dar la sensación de estar sesgada, y ello se debe a dos motivos fundamentales. Uno es atinente al pasado, a los momentos inmediatamente posteriores a cualquier hecho, inmediatez que puede extenderse a décadas o a siglos, en los que lo acontecido se relata por los que han sacado partida del acontecimiento, es decir, los vencedores de la situación y su entorno cuentan los hechos magnificando su papel y denostando al perdedor. ¡Son las historias de vencedores y vencidos en las que los perdedores aparecen necesariamente como incivilizados, crueles, malvados, faltos de principios y culturas y dotados de todos los vicios y desvíos posibles!. El otro motivo viene condicionado por el anterior, pero se produce cuando el hecho está lejano y el orden establecido siglos o milenios después impone una interpretación interesada de aquellos momentos lejanos. En este caso los “malos” pueden ser interpretados como “buenos”, y viceversa, y es lo común en nuestros días cuando el interés político o sectario quiere que se vean las cosas desde un prisma favorable.
¿Se puede pensar, en realidad que todo lo que se dice en los textos que narran la Historia o las interpretaciones que se dan de los mismos, constituyen la verdadera y total Historia de la Humanidad? Para empezar hay que señalar que si bien la constancia de los hechos del pasado surge en un momento comúnmente fijado, esos 6.000 años, antes también hubo humanidad, civilizaciones, vidas sociales que o bien han llegado de algún modo a través de tradiciones orales y pensamientos míticos o no han llegado a trascender, pero que hay que presuponer por meros motivos lógicos.
Y a partir de que, por decirlo de algún modo, hay ya Historia como tal, el desarrollo de la misma se vendrá a ocupar de los sucesos grandiosos, desde las perspectivas antes señaladas de tal modo que podemos observar que cualquier pueblo vencedor anula al vencido, excluyéndole, negándole el mínimo derecho a la historicidad y procurando que no haya rastro de su existencia, evitando su trascendencia. En la Biblia, por ejemplo, teniéndola en cuenta como narración histórica y sin entrar en sus valores simbólicos, nos encontramos nos encontramos con ejemplos constantes de pueblos que al ser vencidos solo trascienden porque fueron exterminados, sin que podamos saber de ellos, que como eran “malos” intrínseca y extrínsecamente, no tuvieron más referencia que su aniquilación o su reducción al sometimiento de los ganadores. Y así lo podemos comprobar hasta nuestros días sin que haya la mínima vergüenza en continuar con esa dinámica.
En los textos nos encontramos siempre perdedores que eran bárbaros en extremo y que carecían de cultura y civilización, de ese maldito concepto surgido con la Ilustración y aplicado desde entonces que suponía que nada que no fuese esa Europa Ilustrada interpretada desde el racionalismo y reeditada de tal modo que su ayer judeocristiano se sometiera a los principios de moda, nada en absoluto constituía civilización y, por lo tanto, aunque los intereses fuesen de orden imperialista y materialista, era primordial civilizar, es decir, arrasar con costumbres, usos y tradiciones, creencia y valores de otros pueblos a los que se les negaba la posesión de culturas propias. En los textos nos encontramos también un revisionismo descalificador del pasado que descalificaba el propio ayer de modo que todo lo que fue anterior al siglo XVIII tenía una carga demoníaca de irracionalidad que había que censurar, salvo determinados y muy concretos hechos y gestas.
Así se ha llegado al presente, entendiendo por tal los últimos dos siglos… La generación de mis pares, mis coetáneos, ya estudiábamos la Historia bajo ese prisma racionalista, incluso en países como España, en el que se mantenía un régimen político al parecer no recomendable, (no seré yo quien lo demonice ni lo ensalce), y se nos inculcaba, por ejemplo, una imagen de tiempos pasados, de la llamada Edad Media, que había que interpretarla como tiempos oscuros, abismales y casi macabros de los que se salvaban entre nosotros, como circunstancias excepcionales, la Reconquista y poco más. Eso se nos contaba desde la Historia, mientras que en manifiesta contradicción, desde las enseñanzas sobre literatura o arte se nos ponía en evidencia la riqueza, el esplendor y la brillantez de esa misma etapa. En nuestros tiempos se dan las más tergiversadas e interesadas interpretaciones de la Historia, con la grave sensación de percibirse que la humanidad ha sido imbécil hasta el presente, imbecilidad que alcanza a las inmediatas anteriores generaciones.
Si, desde la perspectiva histórica que la política impone en Occidente en general, y en España en particular, el ser humano ha sido siempre idiota, porque no fue capaz de alcanzar la santa verdad de las variantes del sistema político, social y económico perfecto del presente, de esa democracia que, por otra parte no es unánime en contenidos y ello permite que se muestren los unos y los otros, dentro de ese mundo globalizado, como defensores plenos del sistema verdadero. Por eso los regímenes de Cuba, o de Venezuela se califican como democracias verdaderas, por eso en España se reafirman unos en ser los demócratas auténticos frente a los otros, que también se califican como tales, aunque disten entre ellos como la noche y el día. Y, ¡claro está!, los que durante siglos y siglos, milenios, no practicaron la democracia, no pensaron en establecer tal sistema ni se les pasó por la cabeza tuvieron que ser humanos imperfectos, iletrados, incivilizados, incultos y degradados por evidente razón lógica. ¡Esto es lo que se vende!: ¡Antes de la democracia partitocrática era la nada, y después de ella no existe nada!
Pero la gente del ayer, nuestros antepasados, no debieron ser tan tontos. Empecemos por indicar que aunque no lo sepamos con respecto al pasado más lejano, las gentes de otros tiempos vivieron su experiencia vital bajo convicciones, ideas, principios y valores que fueron para ellos lo suficientemente válidos como para seguirlos. Así, volviendo a la Edad Media, esa etapa duró nada menos que diez siglos y se caracterizó por innumerables hechos que demuestran que no tuvo nada de oscura, tenebrosa, irracional o incivilizada, sino todo lo contrario. Los vestigios arqueológicos, a veces ciudades enteras que hoy están pobladas y perviven, nos señalan hasta qué punto fueron florecientes esos diez siglos que, entre otras cosas, forjaron Europa, esta Europa hoy globalizada que niega sus orígenes. La voluntad de arrasar con el pasado y la moralina que empieza a imponerse desde el mal llamado Renacimiento hacen que no se sepa ni tan siquiera cuan moderna fue esa Edad Media. ¿Quién conoce hasta qué punto la homosexualidad, por ejemplo, estuvo permitida? Desde la dignidad de la canonización de San Sergio y San Baco, pareja homosexual de militares del siglo IV, canonizados en ese periodo hasta la institucionalización de la llamada adelphopiesis, que no era sino el emparejamiento de dos hombres bajo la bendición de la Iglesia, y que fue más común en Francia, Inglaterra o Irlanda bajo una forma de fraternidad que es antecedente al actual matrimonio gay. La adelphopiesis, el affrèrement, como se le conocía en Francia, o el brotherment, en Inglaterra demuestran, entre otras cosas, que la Iglesia medieval era más avanzada que la que se cargó de falsas moralinas en el Renacimiento y la propia de los tiempos contemporáneos.
Tampoco debieron ser tan tontos como para soportar las presiones del feudalismo del que nadie explica o quiere reconocer que se trataba de una dependencia personal entre hombres libres de diversas categorías en la que se establecían unas obligaciones mutuas, o cualquier tipo de presión que no les conviniese. Diez siglos frente a poco más de dos de contemporaneidad desde la Ilustración dicen de por sí bastante sobre las omisiones interesadas y la fraudulentación de las Historia, que niega que en todo aquel tiempo hubiera dicha, felicidad, armonía en la convivencia, la gente se sintiese bien…de lo contrario hubieran cambiado el curso de sus días. ¡Pero es mejor, más práctico y conveniente en la modernidad esclavizante de las masas sofronizadas imponer el negacionismo con respecto a los grandes valores positivos del ayer o a las ventajas que encontraron las gentes en sus tiempos!
Y esa descalificación, esa conversión russoniana del hombre en ser ingenuo e indefenso, combinada con ese trágico humanismo, niega la propia voluntad y el albedrío hasta el punto de considerar que hasta que no se ha producido esa liberación dogmática pseudo dogmática, con sus igualitarismos relativizados en razón a quienes se les pretenda aplicar, sus derechos humanos en contraposición a los derechos naturales, y toda esa doctrina de estar por casa, ponen a la humanidad anterior como paradigma de idiotez supina y de víctima de la opresión y la tiranía. ¡Que crasa indecencia!, sobre todo cuando se ha tratado de imponer el sistema que no olvidemos que fracasó en Atenas, donde se inventó, cinco siglos antes de nuestra era, en aquellos lugares que había que civilizar arrasando sus valores y sus culturas e instaurando en su lugar formas que no solo no compatibilizaron, ni aún ahora son compatibles, con las tradiciones, sino que sembraron la semilla del enfrentamiento y la división entre los pueblos y causan en el presente no pocos conflictos de convivencia.
Y en todo el proceso mucho ha tenido que ver el abandono de la espiritualidad por la moral utilitarista y materialista, un proceso paralelo que inicia la llamada Reforma pero que se extiende y generaliza asumido por la propia Iglesia Católica que defender unos supuestos valores y unas verdades presumidas como invulnerables pasó a ser acomodaticia hasta llegar a ese momento contemporizador que hoy mantiene, en el que su función es consagrar la moralina superchera y barata del estatus político y social imperante, esa Iglesia modelo de impertinente sectarismo de la que el actual dirigente, el Papa Francisco es el más feroz abanderado.
¡Ah, la Historia, la Historia y su cacareada memoria desmemoriada al servicio de un poder, de una forma de poder que más bien antes que después habrá de caer! Por muy convencidos que estén quienes mantienen el sistema, el futuro no les va a conceder mucho crédito, el humano de hoy, descreído y acomodaticio, es voluble, muy voluble. Pero hay quienes creen que no, olvidando que los vivas a Mussolini, a Hitler, o quien toque darlos son producto también de la conveniencia de la ciudadanía alemana e italiana a la que le convenía el producto que le ofrecían. Ese hombre actual, el “listo”, hombre masa del presente, materialista a ultranza y sin pretensiones de trascendencia dejará de comprar el producto tarde o temprano, en la medida que sus anhelos de bienestar y consumo no se puedan satisfacer y se convenza de lo vacío del mundo moderno en el que vive.
Manuel Alba