Poco opino últimamente sobre cuestiones políticas, más bien por cansancio, por hastío, por asco, por estar convencido de haber dicho todo lo que me tocaba decir y haber manifestado todo aquello que he consideré preciso sin temor a las descalificaciones ni pensado en la conveniencia de mis palabras. Muchas cosas dije y predije, y no pocas han sido las que se han cumplido, por desgracia, quedando demostrado que no eran exageraciones alarmistas, ni fruto de una desmesurada fantasía, las consecuencias que solía derivar de mi visión de los hechos que iban aconteciendo en los últimos años en un pretendido paraíso occidental en el que se vendía bienestar, bonanza y la gran quimera de la seguridad.
A veces me remontaba a años pretéritos de los que nadie se acordaba, o más bien no le interesaba a nadie acordarse, para evocar situaciones que parecían querer repetirse, insistiendo en que el pasado no construye futuro. Otras veces aludí a ese fatal recurso que denomino síndrome del reloj parado del que huyeron miles, millones de personas, y que en el mundo dio resultado
Huir del reloj parado permitió reconciliar pueblos y naciones tras auténticas tragedias, y hacerlas llevar a la paz y el progreso, pero no pudo servir para España, pues a pesar de los intentos, a pesar de que la inmensa mayoría de los protagonistas de hechos que nunca debieron suceder ya no estaban, unos pocos supervivientes y unos intereses partidistas protagonizados por quienes asumieron posibilidades de alcanzar veneros de poder volvieron a dar cuerda al reloj que se paró allá por 1.939 y reabrió la zanja entre los buenos y los malos
¡Memoria Histórica para los unos y que les vayan dando a los otros!
Otras veces he aludido a las regiones, a esas autonomías desmadradas, demostrando, con los textos en la mano, como en esa tan ensalzada II República de la Memoria Histórica hubiera sido imposible llegar al momento presente y hasta qué punto fue rotundamente celosa la Constitución de 1.931 en salvaguardar la unidad de España, garantizando la igualdad de los españoles, del territorio nacional, la política unitaria en materia de educación, cultura, y todos aquellos ámbitos estratégicos que suponían que antes que tono, por delante de todo estaba la Nación Española y de qué manera se elude el conocimiento de esa Constitución porque a ninguna Comunidad Autónoma le interesa que se sepa lo corto que hubiera sido el recorrido de sus competencias en aquellos días que tan gloriosos pintan. Jamás Indalecio Prieto, o Besteiro, o Largo Caballero, o Pasionaria, o Linde, o Azaña hubiesen pasado por una fragmentación de España , por un conato de independentismo, ni Andrés Nín, ni Cayetano Bolívar, ni Federica Montseny, ni Durruti
.. Y me refiero a socialistas, comunistas y anarquistas de un extremismo y radicalismo de todos conocidos
.
A veces me referí a Europa y a mi poca fe en eso que he llamado muchas veces IV Reich
a esa falta de cohesión y de conocimiento de los ciudadanos sobre la misma, a esa actitud de prepotencia y hegemonía de unos países sobre otros y la forma en que se deterioraba esa especie de obediencia debida en la medida en que las diversas naciones de reciente incorporación hacían valer sus orgullos patrios, de lo complicado que resultaba luchar contra la Historia y excluir por la vía de las sanciones a una parte importante de Europa como era Rusia, con la que habría que llegar a un entendimiento de una manera u otra en el marco de la complicada situación internacional, del incontestable hecho de que Europa, la Unión Europea, no podía ser subsidiaria de los Estados Unidos de América y que tarde o temprano los miembros de la Unión irían discrepando. Ya está la situación de Gran Bretaña siendo un gran problema, pero no lo es menos el incontestable hecho, del que no dudé en comentar del crecimiento de movimientos de afirmación nacional de las poblaciones de diversos países que se han tomado, naturalmente, por la partitocracia habitual, como la salida a la arena política de la extrema derecha. Se puede ser de todos los matices de la anticuada y caduca izquierda, desde la más extrema al centro izquierda social demócrata, y de centro derecha, cosa indefinible pero parece que apetecible y deseable, pero más allá todo es extrema derecha
¡Bueno!
La cuestión es que la gente que vota, vota cada vez más a unos grupos que parecen seguir la vieja política Monroe de Estados Unidos, aquella de América para los Americanos y que siguen a líderes que no desean que las imposiciones que el buenismo interesado de Occidente se implantes en sus países, lo que provoca que las instituciones de los Estados llamados Democráticos Sociales de Derecho se pongan en pie de guerra y no parezcan contentos con las decisiones que toman libremente los ciudadanos de esos países discrepantes, que cada vez parecen ser más
Y la cosa decía, y sigo diciendo, pinta mal
. ¡Pero de escribir de todo esto me cansé!.
Hoy me pregunto otra cosa, ¿Sería yo capaz de sentarme en la misma mesa con alguien que se ha mofado y me ha insultado de forma vejatoria, trascendiendo socialmente?. ¿Sería yo capaz de mantenerme en mi puesto a sabiendas de que formo parte de un equipo en el que hay alguien que no merece estar donde yo esté?.
Porque de esto no he dicho nada y me toca hacerlo
. Por vergüenza y dignidad, ya que tras alcanzar la Jefatura del Gobierno, su gran ambición, D. Pedro Sánchez, y formar un gabinete de elementos heterodoxos en el cual ya han sido tres los Ministros que han tenido que salir, y el debería de hacerlo si se aplicase la misma regla de juego, hoy veo las cosas de un modo más graves.
En una España en la que en el mismo día que Dª Magdalene Albrihtht ve como Yugoslavia antes de hacerse pedazos gracias al problema catalán y, evidentemente, a la política desacertada del Gobierno de España, se conoce que un hombre, el Comisario Villarejo, tiene poder de destrucción de una fuerza alarmante y entre otras lindezas se alcanza a conocer una grabación en la que una Ministra del Gobierno del Sr. Sánchez, la de Justicia, concretamente, se despacha con saña contra quien hoy ocupa el puesto de Ministro del Interior, D. Fernando Grande Marlasca, yo me quedo absolutamente desconcertado, destrozado, apenado, triste
. No encuentro palabras para calificar los hechos.
Señora Ministra, ¿por qué acepto usted ser miembro de un Gobierno donde iba a estar alguien a quien tan poco respeto le tiene y de quien así piensa? .¿Dónde están los valores, el culto a la dignidad de las personas, esa exaltación a la libertad en todos los aspectos, que caracterizan el ideal que se supone que defiende su partido?.¿Qué razón tenía usted para vejar de esa manera a una persona que con toda seguridad jamás la ofendió ni la injurió?
Yo no soy, evidentemente, el Ministro del Interior, D. Fernando Grande Marlasca, pero me sorprendió que aceptase el Ministerio, y nadie soy para aconsejar ni sugerir nada a nadie, y menos a él, pero repito las preguntas de antes: ¿Sería yo capaz de sentarme en la misma mesa con alguien que se ha mofado y me ha insultado de forma vejatoria, trascendiendo socialmente?. ¿Sería yo capaz de mantenerme en mi puesto a sabiendas de que formo parte de un equipo en el que hay alguien que no merece estar donde yo esté?. Y mi respuesta sería un rotundo ¡No!.
D. Fernando es un Juez ejemplar y un caballero que, como todos los demás ciudadanos, tiene su derecho a su vida privada y a no verse vejado ni insultado por nadie, menos por quien ha sido compañera como Fiscal y ahora como miembro del Gobierno. Hasta ahora, él no sabía obviamente, de estas vilezas, pero ya las conoce y desde luego, en mi caso me resultaría muy difícil mantenerme frío y sereno, evitando roces y llevar en mi alma una sensación de tristeza y amargura. D. Fernando Grande Marlasca vale más, mucho más que un Ministerio y que todo un Gobierno, por supuesto, más que quien se ha permitido insultarle de forma tan vil y barriobajuna y si yo fuera él volvería a mi trabajo cerrando este capítulo como una lección más de la maldad del género humano.
Con un Gobierno de esta calidad, presidido por un iluminado y unas opciones de alternativa como las que se apuntan en el horizonte vamos por el camino yugoslavo.
Manuel Alba