Guillermo Fonseca Fernández (La Línea de la Concepción, 18 de Julio de 1922), nace en el seno de una familia humilde, pero con mucha sangre de arte.
Su madre, Luisa Férnández Yufrido era hija de una actriz italiana, Liza Yufrido, que llegó a La Línea formando parte de una compañía de teatro. Se enamoró de un linense y se quedó en La Línea.
El padre de Guillermo, Nicanor Fonseca Real, era natural de Vejer de la Frontera y llegó a La Línea con la diligencia La Veloz que hacía la ruta Cádiz-La Línea y que entraba en la localidad circulando sobre la arena dura del rebalaje de la playa de poniente o sea, de la Bahía., cuando solo contaba con 11 años de edad.
Nicanor trabajaba en La Veloz, quitando los palos de la orilla y otros elementos que el oleaje depositaba, para que los caballos no tropezaran en su galope. La diligencia La Veloz, tenía su parada y fonda en la Huerta Fava, donde refrescaban y nutrían los caballos.
El dueño de la huerta veía como aquel niño, tumbado en la paja del establo leía con avidez un viejo y sucio libro. Este hombre, se compadece de él y le da otros libros para leer y más tarde, lo emplea él y además, lo manda a un maestro para que lo instruya.
Gracias a la formación recibida, Nicanor, escribe y escribe sin parar, canciones, villancicos, poemas y ya en su madurez, en los ratos libres de trabajo, se convierte en escribiente de ruegos al Ayuntamiento, para ayudar y aliviar a los pobres.
En el matrimonio que formaron Nicanor Fonseca Real y Luisa Fernández Yufrido, se percibe siempre un ambiente literario, poético, que al niño Guillermo le fascina. Su padre, recitaba sus propias composiciones y su madre, que había heredado de la suya la sangre teatral de la actriz italiana Yufrido, hacía teatro en la cocina de su casa en las largas noches del invierno y en el frescor del patio, en verano.
Así fue forjándose la niñez y la juventud de Guillermo Fonseca Fernández, que pronto fue al colegio de la Huerta Fava, donde su maestro modeló su escritura y sus conocimientos.
Ellos vivían en el conocido Patio Imossi, en la calle El Sol, más tarde denominada calle general Sanjurjo, en el núm. 104.
En 1936 estalla la Guerra Civil y la familia de Luisa y Nicanor, republicanos los dos, se exilian a Tánger. Guillermo tiene a la sazón 14 años y una novia de 12, llamada Rosario Fernández Mota. Se despiden los dos llorando y él le promete que volverá.
Desde Tánger, en las Navidades, le escribe a su novia un poema precioso. Pasan los años y la niña Rosario lo espera siempre, mirando a la Bahía. Y es en 1941 cuando después de un tiempo exiliados en Tánger regresan a su Línea querida. Y aunque la guerra hace años que había terminado y parecía estaba lejos, un vecino denuncia a Nicanor Fonseca. Lo detienen y lo llevan al Penal del Puerto de Santa María y a consecuencia de las torturas que allí recibe, Nicanor, pierde un ojo.
Guillermo, que en Tánger había aprendido el oficio de pastelero, tuvo que trabajar para sostener la casa, a su madre y a su hermano Antonio, más mayor que él pero impedido, ya que le cortaron de niño una pierna tras ser atropellado por un carro.
El encuentro con su novia y vecina, inunda su corazón de alegría.
Rosario Fernández Mota y Guillermo Fonseca se casaron pronto. Tuvieron su primer hijo en 1945, que fallece pocos meses después de nacer. Se llamaba Guillermo. Tuvieron otro hijo, un año después, llamado Luis, que fallece también.
En esos años, Guillermo hace la mili obligatoria durante 36 largos meses como escribiente, dada su preparación y caligrafía, en la Comandancia Militar (hoy Museo del Istmo).
Nace su tercer hijo, una niña preciosa, llamada Manuela, que también fallece a los 18 meses y a él, no le dan permiso para enterrar a su niña. Estaba de guardia cuando murió su niña.
Consigue que le hagan a los dos, unos exámenes médicos en Cádiz, pero no encuentran nada que justificara la muerte de sus tres primeros hijos.
Rosario, su esposa, no tenía consuelo para su pena y los intentan de nuevo.
Y por fín unos años después, nace Clotilde, la niña más amada del mundo, porque todos tenían un pánico terrible a que tampoco subsistiera. El matrimonio no cerraba los ojos de noche, pendientes de la cuna y toda la familia pendiente de la carita de bebé, que siguió adelante.
Le siguieron otros hijos, que crecieron sin mayor problema.
Tras Cloti vinieron Antonio al que su padre llamaba Picholi, Juan Luis, que denominaba como Chaly, Guillermo, como Yoni, Rosario (Charo), Luis, Inmaculada y el pequeño Miguel Angel.
Dios premió al matrimonio con 8 hijos sanos que fueron la alegría de la familia.
Rosario, su mujer, bellísima y gran persona, era una madre entregada a sus hijos, trabajadora sin descanso, compañera fiel toda la vida, que hasta su muerte lo estuvo amando y llorando en silencio.
Guillermo Fonseca Fernández siguió escribiendo y escribiendo y trabajando de pastelero para criar a su prole. Hay guardado como un tesoro, lo que escribe el poeta a sus tres hijos muertos.
Trabajaba en Gibraltar, en las pastelería de Amart, que aún existe, cuando le ofrecen la posibilidad de enrolarse en la cocina, como panadero, pastelero, en un barco cablero inglés, llamado Mirror.
Cuando el barco sale de la bocana del puerto de Gibraltar en los poyetes de la Avenida España, su hija Cloti con 9 años y su hermano Antonio con 6, estaban diciéndole adiós.
El barco, con destino Mombasa, recorrió una larga travesía haciendo escala en muchos puertos antes de llegar a su destino. En cada uno de estos puertos, siempre escribía dos cartas, una a su mujer y otra a Cloti, su hija mayor.
Y relata que vive numerosas aventuras, que las cuenta en sus cartas, sorprendido de la belleza de los paisajes del continente africano y de la inmensidad del mar.
A la esposa le hablaba de amor, de recuerdos, del cariño a los hijos que habían quedado a su cuidado. A Cloti, su hija mayor, de aventuras y de sueños, relatos que ella leía a sus hermanos Antonio Picholi y a Chaly que apenas entendía nada ya que sólo tenía 4 años.
En Kenia, Zanzibar y Nairobi, conoce a personas que serían siempre sus amigos.
En Kenia conoce a los kikuyos de la tribu del Mau-Mau que luchaban por la independencia de Kenia y a los que Guillermo les ayudaba dándoles las sobras de la cocina y del comedor de oficiales del barco. Hasta que un día lo descubrieron bajando un saco de comida con una cuerda hasta una barquilla que los kikuyus pegaban al barco.
Al sorprenderlo, lo castigaron con una semana sin sueldo y a raíz de entonces, estuvo vigilado para que las sobras de los oficiales no se las comieran los hambrientos keniatas, sino que las arrojaban al mar para comida de los peces.
A raíz de ello, discute con un oficial y se va del barco, para no volver. Se queda a vivir con los kikuyos y ahí escribe su mejor novela La Muerte del Ruiseñor.
Pasado un tiempo regresa a La Línea con la ayuda de sus amigos portugueses Cristofer y Bella (que dirigían la telefónica) y le compran el billete de regreso a casa.
Vuelve a Gibraltar a su trabajo de pastelero, pero un año después vuelve a embarcarse en barcos de la misma compañía como el Denison Pendar y el Stanley Angwin
De esta etapa, entre sus muchos escritos, destaca la novela Arena Prohibida que trata de la vida de un torero fracasado.
Plaza & Janés mostró su interés por editar esta novela siempre que el autor, Guillermo Fonseca, eliminara personajes con los que no estaría de acuerdo la censura, a lo cual, se niega y esto significa que la novela no se publicara.
Tras el cierre de la frontera con Gibraltar, como tantos otros miles de linenses tiene que marchar fuera de su pueblo para seguir trabajando de pastelero. Se va a un pueblo de Málaga donde monta un obrador de pastelería y comienza de nuevo su vida.
En esta época, entre sus muchos escritos destaca la obra de teatro La Rendija que narra las vivencias que un huésped vive desde su cuarto observando lo que ocurre, a través de una rendija, en el cuarto de al lado. Novela ambientada en la Francia ocupada.
Guillermo, Rosario y sus hijos, tenían demasiada añoranza de su tierra y sus gentes y en pocos años están de vuelta en La Línea, donde dada su calificación profesional en la alta pastelería se le abren las puertas de diferentes obradores y en uno de ellos, junto a su amigo Joaquín, trabaja hasta su temprana jubilación.
De esta etapa cabe destacar su meritoria labor con los jóvenes del barrio de San Bernardo a los que seduce con la magia de su palabra, de sus conocimientos, de su gran bagaje cultural y su experiencia por medio mundo, para interesarlos por la cultura y el teatro.
Es en estos años cuando escribe algunas de sus más divertidas obras con sainetes de tipo costumbrista andaluz como El Triángulo Mortal de las Viudas, que narra las divertidas peripecias de unas mujeres, vecinas en la plaza del pueblo, que todas ellas quieren cazar al supuesto millonario que acaba de regresar de las Américas, o El NO de la Zapatera, una obra que, aunque con pasajes divertidos tiene un tremendo fondo del amor a los hijos y a la familia.
Aparte de teatro y prosa, ya que Guillermo Fonseca escribía incansablemente, allí donde dispusiera de un papel y un bolígrafo, en ocasiones en una simple servilleta de un bar, tuvo un papel muy importante en la poesía.
Editó un libro de poemas titulado La Cruz del Sur y fue el principal autor de la Revista Eslabón.
En la Revista Litoral fundada en1926 por los poetas Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, y durante muchos años cauce de la mejor poesía española, Guillermo Fonseca publicó diversas composiciones poéticas, destacando las dedicadas a Miguel Hernández que han tenido y tienen una gran repercusión y son constantemente recitadas.