¡Se llamaba Pablo!,¡ se llamaba y seguirá llamándose Pablo!
¡No le conocí, si por conocer a alguien se ha de entender cercanía, proximidad familiar, amistad pero si le seguí desde que su imagen de joven sonriente empezó a hacerse familiar en todos los hogares!
No puedo negar que la noticia de su partida me ha desgarrado el alma, y que he llorado, porque ese muchacho me ha enseñado a ser de algún modo diferente, incluso a avergonzarme de mi mismo cuando ando por ahí quejumbroso de mis males, abrumado por lo que no son sino los achaques y goteras que el paso del van haciendo aparecer en los cuerpos que ya llevan a cuestas muchos años de vida y de rodaje.
¿Quién no ha sentido un pellizco en el corazón cuando ese muchacho, maltrecho el cuerpo por un mal traicionero, aparecía con ese resplandor en la mirada mostrando su valor ante una muerte acechante y su voluntad inquebrantable de luchar sin dejarse vencer?
Animó a todo el que quedó enganchado por su carisma a ser valiente en la adversidad, en los momentos más dramáticos, al borde mismo del abismo, infundió con su fuerza un soplo de solidaridad que impulsó a no quedarse quieto a nadie que leyera aquellas frases: Nunca, nunca te des el lujo de rendirte Cada día es una lección, aprovéchala .Si no sonríes, pierdes Las tengo anotadas, las iba apuntando.
No te cuesta nada compartir un poquito de ti por intentar salvar la vida de alguien. No te quita nada, solo te da Esta debería ser la consigna, a modo de divisa, que debería quedar grabada en las mentes de todos. Gracias a él se multiplicaron las donaciones de médula y con ello las posibilidades de salvarse de muchos que estaban a la espera desde una situación desesperada.
¡No pudo ser, pero no será porque él se diese por vencido!… Un día de esos en los que uno se encuentra malamente, triste, deprimido, ese muchacho que estaba en el hospital pasándolo verdaderamente mal dejaba esta pregunta: ¿Cómo no va a pasar un momento, un día malo?.
Hoy, después de mucho tiempo de silencio, vuelvo a escribir en estas horas de tristeza y de esperanza porque si no lo hiciera sería un cobarde, no estaría a la altura de la admiración que siento y seguiré sintiendo por este muchacho que con solo veinte años se ha marchado cantando a la vida y habiendo dejado tras de sí un ejemplo a imitar, aunque el listón nos lo ha puesto muy alto. Un día, no sé cuando, anote: La muerte no es triste, lo triste es que la gente no sepa vivir ¿Sabemos vivir?, ¿se vivir?…
El cuerpo de Pablo ha dejado de sufrir, pero su espíritu permanece con la misma luz que su mirada. Yo soy de los que cree que después hay algo, y por eso tengo que pedirte que desde allí no dejes de alumbrar a los de aquí el camino, no ceses de repetirnos nunca, nunca, nunca te des el lujo de rendirte.
Cierro los ojos y te veo con esa permanente sonrisa, valiente, con el gesto sencillo del quien es verdaderamente importante porque sabe valorar lo que en verdad importa.
¡Hasta la vista, Pablo!
Manuel Alba